Hoy en mi paseo diario pensaba en que el fútbol, para algunos, es un destino cruel. Llegan a él por distintas circunstancias y salen al poco tiempo caldeados, enfadados y dejando mucho damnificado en el camino. Es difícil explicarlo todo, pero por suerte este no es mi caso.
Aún así, mi pasión por el fútbol, también me ha traído alguna que otra enemistad. En algún caso no me preocupa: típico entrenador interesado que mete en su equipo a hijos de amigos y patrocinadores, desdeñando niños mejores o incluso peor: comprometidos y trabajadores. Y estos son los que precisamente más hay que cuidar. Puede llegar arriba un mediocre comprometido y trabajador. Pero nunca llegará arriba un excelente jugador si no es comprometido y trabajador. Perdón tanta redundancia pero esto es absolutamente cierto.
Después deja algún padre que te mira mal y a veces echa peste de ti, porque en un partido concreto uno reclama algo o vocifera algunos ánimos a destiempo. Alguien lo interpreta mal y tras cualquier fallo arbitral pone como un trapo a colegiado y entrenador. He de decir que no me importa, porque he discutido con padres o al menos lo han intentado conmigo y no lo han conseguido. Lo último que me apetece nunca es discutir y menos por un deporte. Acabo viéndoles habitualmente y si bien no vuelvo a tener nada contra ellos, la mayoría ya me han echado la cruz. Recuerdo al menos tres o cuatro casos de este tipo.
Y después otros con los que suelo volver a hablar, si bien ya no es como antes, pero bueno. Son los que se enteran de que después de entrenar a sus hijos, he aconsejado que los mismo no vallan a un equipo A, sino a un B o C, donde tengan más minutos y disfruten del fútbol. De esta manera avanzarán en su juego, nunca en un equipo donde estén por debajo de la media y haya mucha diferencia. Siempre lo he hecho por su bien, pero alguno no lo entendido a veces.
En fin, en cualquiera de estos casos, mi conciencia siempre tranquila. Y a los que discuten, tranquilos, no merece la pena. Disfrutemos del fútbol.
